
26 May Sobre el origen del universo y sus silencios
Solo el silencio es grandioso; todo lo demás es debilidad. Me permito robar por un momento estas palabras del poeta y novelista Alfred de Vigny para ilustrar cuáles son nuestros silencios y, por tanto, ¿nuestras debilidades? Lo expreso entre interrogantes porque, en realidad, no sé hasta qué punto se pueden considerar debilidades.
El silencio que reina en el espacio exterior podría ser una metáfora del silencio que enmascara todo nuestro desconocimiento. Todo lo que aún no sabemos (o creemos saber) sobre la respuesta a las grandes preguntas. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Estamos solos? ¿Hay algo más allá de la muerte? Yo tampoco tengo ninguna certeza sobre todo esto y la procura de una explicación me lleva a nuevas cuestiones. A nuevos interrogantes. Es decir, a más silencio.
¿Tuvo el universo un comienzo?
Muchas personas se han hecho estas preguntas antes. Quiero pensar que todas las que han hecho uso de su conciencia y que han transitado con su existencia por la Tierra en algún momento. Y seguramente ha habido ideas muy interesantes, incluso las no científicas u observables. La gran pregunta en cosmología a principios de los años 60 era si el universo tuvo un comienzo. Uno de los científicos que con mayor obsesión hurgó en ese misterio fue el genial Stephen Hawking. Tan genial que hasta detuvo el tiempo para cargarse la posibilidad de una creación a partir de una mano divina.
Recreación del Big Bang / Science Photo Library
Según Hawking, la ciencia lo tiene fácil cuando explica el origen de un río y se acaba remontando a la fusión de los núcleos de los átomos de hidrógeno que se transforman en núcleos de helio, liberando enormes cantidades de energía que son el origen de la vida en nuestro planeta. Pero el científico inglés fue más allá y rastreó el origen del hidrógeno: el Big Bang. Y entonces el silencio se hizo inconmensurable. ¿Qué provocó esa explosión que derivó en semejante inflación cósmica?
La nada, al comienzo de todo
Nada. Esa es una posible respuesta. Del mismo modo que un agujero negro, con su enorme gravedad, deforma la luz y el tiempo, ese punto inicial del cosmos podría ser como un agujero negro imperceptible a la vista, en el que el tiempo no solo se detiene, sino en el que no existía. Antes del Big Bang no habría nada. Ni tan siquiera el tiempo, que estaría, junto con el espacio, entrelazado con el mismo universo. Y la ausencia de tiempo dejaría a Dios sin posibilidades de crear lo que conocemos.
Universos-burbuja / Science Photo Library
Esto es algo muy loco, como diría la incombustible Noemí Argüelles en Paquita Salas al describir su última ocurrencia. Y lo es, porque es muy difícil para mí, y supongo que para muchas personas, concebir una realidad en la que no exista el tiempo. O, más claro aún, en la que no existe nada. En la que el silencio sea todo lo que hay, haciéndonos tan débiles que mermaría nuestra propia existencia. Como la muerte, que es silencio y debilidad (¿y oscuridad?) al mismo tiempo. También sería la muerte, de ser así, una vuelta a ese origen, al Big Bang en el que todo era oscuro y la nada campaba a sus anchas, como en el reino de Fantasía de la Historia Interminable.
La seducción de creer en algo superior
Las religiones son seductoras porque esquivan la frialdad de la ciencia y porque, precisamente, desechan la idea de un origen y un final oscuros, tan planos que obvian nuestra existencia. ¿A quién le gusta ser más irrelevante que un tardígrado cuando ha sido tan consciente en vida? ¡Somos humanos, por el amor de Dios! Eso dirán algunos, intentando argumentar que solo nosotros somos capaces de preguntarnos sobre nuestro origen y esencia, a diferencia de otros seres vivos. E incluyen en la misma frase la racionalidad, Dios y el amor. Y puede que sea coincidencia, pero también puede que no.
Me considero más científico y racional que una persona creyente, si bien reconozco que la creencia en algo que nos supera (aunque ese algo no tenga por qué ser un dios, sino algo “humano”) no me ha abandonado todavía. Soy consciente de que hay tantas religiones como poderes humanos y como necesidades de rivalizar, por imponerse. ¿Pero acaso no es tan humana la religión como la ciencia? ¿Acaso no forman parte del mismo universo? ¿Acaso no son, ambas, nuestras creaciones, que parten de nuestro cerebro?
El cerebro y el universo
Creo también que, con el tiempo, y con el desarrollo de nuestro conocimiento, vamos desterrando viejas creencias que se demostraron fútiles. Como el supuesto castigo divino a personas con discapacidad, que habrían invalidado el trabajo de científicos como Hawking hace cientos de años. Y nuestro avance científico es además el que favorece que la mente se imponga, incluso cuando el cuerpo ya se ha desconectado.
Cómo el cerebro nos permite viajar en ausencia de movilidad física. O incluso soñar antes de formular una hipótesis y demostrarla. Porque es posible que la imaginación sea, como señalaba Einstein, más importante que el conocimiento. O, al menos, su motor, su inspiración.
Precisamente sobre la relación entre el cerebro y el universo hice en su día este hilo de Twitter, después de preparar una presentación que todavía no he logrado convertir en artículo (lo pasaré en los próximos días, o eso espero). Quedé loco con la similitud entre las células nerviosas del cerebro de un ratón y los filamentos galácticos de un fragmento de universo. Esa conexión gráfica entre los filamentos y las redes neuronales parecen indicarnos que el mundo cuántico está conectado con el mundo gravitatorio, con el mundo de lo realmente grande. No ha llegado todavía una teoría del todo, pero hay relaciones tan evidentes que nos permiten, de momento, fantasear un poco.
Citas de científicos estableciendo una conexión entre el funcionamiento del universo y el cerebro
Es también reseñable la comparación entre la estructura de células y de nebulosas. ¿Y si la materia oscura fuese, de alguna forma, como la glía que mantiene unidas las neuronas? La ciencia apunta a que el cerebro es la estructura más compleja del universo y puede que en su interior, es decir, en nuestro pequeño interior, haya una respuesta para el origen de nuestro enorme exterior. Al menos en ello llevamos cientos de años.
Comparación del núcleo terrestre con el de una célula / Sergio Barbeira
Buscar nuevos planteamientos
Al igual que hicimos en el pasado, cuando luchamos contra convencionalismos que a día de hoy nos parecen absurdos, en el futuro la apertura de nuestra mente hacia otras esferas y pensamientos provocará que se revelen nuevas dimensiones del conocimiento que, probablemente tengamos delante de nuestros ojos pero que, por diversas razones, todavía no sabemos o no queremos comprender. De ahí que la imaginación sea clave. Sin ella no tendríamos la Teoría de la Relatividad.
Con todo esto quiero decir que no tengo ninguna respuesta convincente a las grandes preguntas, pero creo que, humildemente, podemos empezar a plantear el marco de pensamiento o metodologías disruptivas para alcanzar esos nuevos descubrimientos. De igual manera que no se pueden obtener resultados diferentes haciendo siempre lo mismo, tampoco me parece razonable llegar a conclusiones reveladoras a través de ideas o planteamientos anquilosados.
Vencer el tiempo
Mientras escribo este artículo un vecino de mi edifico, no sé quién realmente, toca el violín. Desde que vivo confinado es una especie de banda sonora que me acompaña por las tardes, mientras aprendo un poco más sobre ciencia. Y no puedo evitar teletransportarme a algún momento del Clasicismo, en pleno siglo XVIII, donde un violín como el suyo suena en una casa acomodada. Es un ejemplo de que hemos vencido el tiempo, pues mantenemos sonidos viejos en un mundo nuevo, totalmente distinto, y que nos permite viajar solo con la mente a algo que no conocimos físicamente, pero que sentimos. Y aquí va otra gran pregunta: ¿sentir es lo mismo que vivir o que existir o se queda solo en una dimensión meramente interna?
Como friki que soy, me fascina cómo a través de fósiles se pueden reconstruir la fisionomía, tamaño, peso y hasta costumbres alimenticias de seres vivos que vivían en nuestro planeta cuando nosotros aún no éramos ni un proyecto de un proyecto, que dirían mis padres. ¿Acaso no es eso viajar en el tiempo o desafiar el orden mismo del universo o del orden que creemos que tiene el universo?
Convivir con el silencio de lo que desconocemos
No sé si llegaremos a crear o aprender un lenguaje como el de los heptápodos, que nos permita concebir el tiempo de una forma radicalmente distinta y así transformar el concepto mismo que tenemos de humanidad. Las ideas van llegando, las hipótesis vendrán después y, al final, puede que algunas confirmaciones.
Explosión cósmica / Wikilmages
De todo lo que he hablado en este artículo solo puedo asegurar, con la certeza más absoluta, que el silencio me gusta tanto como me aterroriza. También creo que el silencio nunca se diluirá. Siempre hemos convivido con él y eso no nos ha hecho más débiles. Incluso hemos navegado por él, a través de la exploración espacial, y vivimos permanentemente en él, desde la Tierra hasta la Estación Espacial Internacional. Y esa coexistencia es la que nos permite saber más y temer menos. Como decía Sansa Stark, aprendemos lento, pero aprendemos. E incluso hace tiempo que dejamos atrás el misterio de las tormentas, a pesar de que un relámpago se mueve mucho más rápido que nosotros.
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